La resaca del día 1

Si juntas una cerveza clara, vino blanco, vinto tinto, una copita de anís, champán, Martini y un chocolate calentito pasa lo que pasa: de madrugada de repente te lavantas con unas ganas incontrolables de decorar el suelo del cuarto de baño con un bonito estampado. Después, vuelves a la cama y te maldices porque, un año más, la mañana del 1 de enero se convierte en una náusea contínua. Yo que esta nochevieja me había hecho las ilusiones de que iba a ser tranquilita, porque mi novia está estudiando el MIR y se suponía que íbamos a desaparecer pronto, al final me encontré bailando pasodobles como un profesional al ritmo del fabuloso Dúo Mélody y rodeado por decenas de señores y señoras de la edad mis padres. Lo malo (lo bueno, en realidad) es que me lo pasé genial haciendo el moñas con mis amigüitos.

Ya a mediodia, entre sudores fríos y un mareillo bastante desagradable, he ido a recoger a mi novia para una comida familiar íntima en mi casa. Yo debo de ser de los pocos a los que no les desagrada del todo la Navidad. Estoy de acuerdo con lo asqueroso de la faceta consumista de estas fechas y todo eso, pero he de reconocer que disfruto con las reuniones familiares. Será que me lo tomo con humor, que me llevo bastante bien con toda mi familia o que la familia de mi novia me trata de lujo. Sea como sea, me gusta pasar un rato con gente a la que tengo aprecio y no veo muy habitualmente. Sí, ya sé que se podrían organizar reuniones en otras fechas, pero eso al final ocurre muy pocas veces. Sólo la obligación de la navidad es una garantía para que se lleven a cabo este tipo de encuentros. Llamadme tontorrón.

En fin, que, para mi, este ha sido un típico día 1 de enero. Incluso he visto el tradicional competición de año nuevo de saltos de esquí. A veces me doy miedo.